Hoy, a cinco años de su partida, agradezco la muerte de mi papá. ¿Es políticamente incorrecto decirlo? ¿Soy inhumana al ver la muerte con otros sentimientos que no sean pena, enojo, soledad, angustia, nostalgia, desencanto? Ya me sumergí en ese abismo y cuando no vi más fondo que tocar, solo me quedó subir. Levanté mi cabeza y la perspectiva mutó de un “¿para qué voy a hacer un esfuerzo por vivir si luego igual voy a morir?” a “esta es mi única oportunidad y voy a aprovecharla hasta su última maravillosa posibilidad”. Me hice cargo de mi propia felicidad al darme cuenta de que las lágrimas no iban a traerlo de vuelta y de que la mejor forma de honrar su vida es hacer el máximo esfuerzo en la mía. Gracias. Gracias por todas tus decisiones de crianza en que pusiste a mis hermanos y a mí primero. Gracias por los juegos que inventaste, los libros que me leíste y tus abrazos apretados. Gracias por tu guía y por todo lo que me sigues enseñando. Gracias por vivir. Gracias por morir. Ha sido tu más difícil y a la vez más próspera lección.
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