Desde hace nueve meses que vivo guiada por el siguiente mantra que me vino haciendo asanas en Rishikesh:
honra la práctica.
Me enseñaron a llegar con la cara, manos y pies limpios a cada sesión sobre el mat por ser un momento de unión con lo divino. Más allá de creer o no en mi conexión a un Dios, adopté este aprendizaje pues me hizo sentido honrar la enseñanza milenaria. Pronto esto se extendió a toda práctica. ¿Por qué no traspasar este sentido de divinidad a todo lo que hago? ¿Por qué no entregar mi presencia a cada acción y aportar mi absoluta dedicación y cariño a ellas?
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