No como huevos principalmente porque no quiero promover una industria con convicciones completamente distintas a las mías, en que los animales son vistos solo como una fuente económica. La vida de unos es desechada, la de otros equivalente a una tortura.
Dicho lo anterior con gran convicción, la fuerza de voluntad no está a la altura. Cualquiera que comparta tiempo conmigo te puede decir que a mi “no como huevos” debería agregársele un “a veces”. Mi mente tiene buenas y malas razones para justificar el por qué. A veces quiero algo dulce, me es difícil encontrar pastelería vegana y el paladar no se conforma con una fruta –sí, esta es de las malas. También, no quiero negarle un plato a quién me lo ofrece por solidaridad, especialmente con alguien con quien no comparto el idioma (¿buena o mala?). La última la considero más válida, a pesar de que podría prevenirla con gran esfuerzo y planificación: viajando en ocasiones me cuesta encontrar una comida que me deje satisfecha nutricionalmente por lo que elijo comer huevos cuando la otra opción es un plato de arroz con cebollín y cilantro.
Básicamente, intento hacer el menor daño posible sin volverme loca en culpabilidad ni dogmatismos. Estoy convencida de que cada grano de arena sirve y de que cada uno puede aportar a hacer un mundo mejor donde, como y cuando pueda.
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