Las personas de la villa de refugiados que he estado visitando son principalmente de la etnia Kayan. Ellos vivían en el campo de refugiados Baan Mai Nasoi de las Naciones Unidas, pero se les dio la opción de construir casas en el valle continuo. Así, podrían sustentarse de los turistas que quieren ver y sacarse fotos con las mujeres que por tradición ocupan anillos en el cuello. Una decisión que implicó perder los beneficios que otorga la ONU, pero que muchos estuvieron dispuestos a tomar cuando no fueron elegidos para asilarse en otro país, como EE.UU. o Australia. A solo 5km de la frontera con Myanmar, entre la jungla y caminos de tierra, son pocos los turistas que se aventuran a llegar hasta esta aldea. El ingreso económico es escaso y es por esto que muchas de las mujeres han sido tentadas por empresarios tailandeses a formar parte de las “fake villages” (villas falsas): aldeas construidas más cerca de las ciudades donde son exhibidas como objetos de atracción turística. La encrucijada es compleja. La ONU ha calificado de denigrante y de “zoológicos humanos” estas fake villages, donde la mayor parte de las ganancias se las llevan los operadores turísticos. Sin embargo, las mujeres kayan lo ven como su única fuente de ingreso al no poder trabajar por su condición de refugiadas, y el riesgo que implica volver a su tierra natal donde podrían sustentarse de la agricultura. La mejor forma que yo he encontrado para ayudarlos es visitarles donde realmente viven, compartir con ellos en su día a día y dar a conocer su historia. Además, ser un canal de exposición para la venta de sus productos: en el link que hay en mi perfil pueden comprar sus longhis –faldas tradicionales que ocupan los hombres y mujeres kayan. El atractivo visual de los anillos es innegable, y ellas lo saben. Pero convengamos que si fuera por opción, varias se negarían a sonreír en las selfies de extraños que no llegan a preguntarles ni el nombre.
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